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Silvio, en el cielo no había estrellas: bajaron para hacer brillar la Escalinata

Alina Perera Robbio
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Estremecedor y esperanzador, como prueba de que la Era sigue pariendo humanidad, fue el concierto de Silvio Rodríguez, este viernes en la noche, desde la Escalinata de la Universidad de La Habana. Allí, entre la multitud, se encontraba presente el Presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

Más allá de cualquier valoración de experto en artes, más allá de preferencias por una canción o por otra, incluso más allá de lo que pueda pensar el propio protagonista, hay que reconocer que el concierto dado en la noche de este viernes por Silvio Rodríguez en la Escalinata de la Universidad de La Habana, ha sido una maravilla humana.

Porque el hecho trascendió con mucho a un escenario que terminó engalanado por las luces de celulares, o por la euforia y la fidelidad de un público en el cual había mujeres y hombres de todas las edades y diversas latitudes, niñas, niños y adolescentes.

Foto: Estudios Revolución

Lo que quiero decir es que ver a Silvio y cantar sus canciones, en el momento que vive y sufre la civilización, y en los días tan difíciles que vive Cuba, fue una especie de reencuentro con lo edificante, con lo bello, con una Era de lo poético y de lo filoso que todavía no ha muerto -no ha muerto porque Silvio, por ejemplo, es uno de los pilares, de los símbolos más puros de esa Era.

Lo que sucedió en la Escalinata fue el primer gran paso de una gira que el cantautor hará por cinco países de Latinoamérica -Chile, Argentina, Uruguay, Perú, y Colombia- y que se extenderá, desde finales de septiembre, hasta principios de noviembre de este 2025. Lo emotivo es que el comienzo fue por La Habana: La Habana de la Casa de las Américas de Silvio; la ciudad de su entrañable Haydée Santamaría; la de sus mujeres soles; la de sus amigos y sueños. La Habana de una Cuba que tiene al legendario trovador como uno de sus mayores orgullos.

Foto: Estudios Revolución

El Silvio insondable, sereno, evocativo, brilló sobre el escenario con canciones diversas. Era como si un Silvio pariera a otros muchos. Su pórtico fue dedicado a José Martí y al cúmulo de verdades que caben en el ala de un colibrí. Se sucedieron letras que muchos coreaban desde una masa encrespada de carteles y banderas. Pero algo mágico empezó a darse cuando entraron, como piezas de oro, las canciones que de tanto haberlas amado y cantado son himnos para millones de personas.

Algo tocó corazones cuando Silvio cantó “Créeme” -de Vicente Feliú-, o “Te perdono” -de Noel Nicola-, o “Yolanda”, de Pablo Milanés. Y algo tocó hondo cuando el poeta hizo reverencia a otro poeta como Luis Rogelio Nogueras, quien en 1979 escribiera versos desgarradores tras haber visitado el campo de exterminio de Auschwitz, cercano a la ciudad polaca de Cracovia, y había preguntado a las víctimas, judías, cómo se puede olvidar tan pronto “el vaho del infierno”.

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Silvio recordó el poema, a propósito del martirio del pueblo de Palestina. Y también tuvo tiempo, entre canción y canción, de rendir homenaje a hombres humildes que ya no están, o amigos como Pepe Mujica, ese sabio que fuera Presidente de Uruguay y que luchara con mucha entereza contra una enfermedad devastadora.

Lo Maravilloso del concierto es que obró el arte de haber convocado en nombre del amor y de la vida que se aferra a la fe más que a la necesidad de tener. Silvio cantaba “Venga la esperanza” y todos lo hacían, sentidamente, junto con él. Tuvo que cantar “Ojalá”, porque la multitud lo pidió enfebrecida. Y otra nota, de las mejores, fue la del Necio, donde muchos le acompañaron diciendo que morirán como han vivido.

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Había en la Escalinata mucha juventud, esa que, como dice un colega, “es lo más grande que hay”. Para muchos que ya habían pasado por los pupitres, fue como volver a la etapa estudiantil. Y allí, como si fuera un universitario más, estaba el Presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quien -de pie entre la gente, y acompañado de su compañera Lis- vivió de principio a fin las emociones del concierto.

Fue una noche inolvidable la de este viernes. En el cielo no había una estrella. Era como si ellas hubiesen descendido a la Escalinata donde, más allá de una confluencia puntual o formal, muchos se habían congregado para sentir que todavía -como cantó el trovador- la Era está pariendo la humanidad de un corazón.  

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