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La Revolución cubana vista desde el exterior

Francisco Delgado Rodríguez
PCC
El prestigio internacional de la Revolución, por méritos históricos propios, conforma otra de las columnas vertebrales; la temeridad de desafiar al imperio a solo 180 km de distancia, demostró ante el asombro de amigos y adversarios que la prepotencia imperial no solo podía confrontarse, sino también vencerse

El aniversario 65 del triunfo de la Revolución cubana es un excelente momento, para detenerse a valorar cuanto aportó su política exterior a la consolidación de ese proceso.

Y no podría iniciarse ningún análisis de este asunto, sin establecer que Cuba pudo contar con un privilegio excepcional: el pensamiento y la actuación personal del líder histórico de la Revolución, Fidel Castro; resulta imposible entender la lógica y los éxitos de la política exterior cubana sin su impronta.

La revolución desde luego, también es obra de todo un pueblo; difícilmente pueda concebirse algo con sentido más colectivo; pero también bajo esa premisa, podría decirse que sin la política exterior que le ha caracterizado, difícilmente existiría la Revolución misma. El sistema de relaciones internacionales del país, constituye en rigor, uno de los pilares de la construcción del socialismo en Cuba al ser custodios, en lo que le compete, de la soberanía y la independencia del país.

Ese sistema de relaciones exteriores resulta por tanto, un extraordinario escudo defensivo del país. Desde luego que la mayor disuasión al enemigo siempre descansó en el músculo militar de las FAR, que contó en los inicios con el apoyo de la URSS, y en la propia doctrina de la guerra del todo el pueblo, pero también, tempranamente, el imperio calculó los costos internacionales que tendría que pagar por una invasión, de cuestionable justificación y muy dudoso desenlace a favor de sus intereses.

El prestigio internacional de la Revolución, por méritos históricos propios, conforma otra de las columnas vertebrales; la temeridad de desafiar al imperio a solo 180 km de distancia, demostró ante el asombro de amigos y adversarios que la prepotencia imperial no solo podía confrontarse, sino también vencerse.

La política exterior revolucionaria se basa en principios, que se han mantenido en estas 6 y media décadas, a pesar de los vaivenes de la historia, de la dialéctica de los acontecimientos.

Entre otros, son principios inalterables el respeto a las normas que rigen el derecho internacional; el sentido de la justicia universal, de la igualdad de las naciones, sin distingo de tamaño, poderío militar o económico; el sentido de la solidaridad que nos hace más humanos; el respeto a la paz, la soberanía y a la autodeterminación de los pueblos.

De esa cultura principista, emergió una estatura moral que al decir de estudiosos extranjeros del tema, colocaron a  este pequeño archipiélago al nivel de una gran potencia en el concierto de las naciones, en desproporción con los parámetros universales para dicha calificación, más bien asociada al tamaño territorial, demográfico, militar o económico de cada país. Es la ética y una alta dosis de coraje, diría con afán de resumen, cualquier cubano.

Durante todo este tiempo también se asumió el principio fidelista de cambiar lo que debe ser cambiado, con profesionalidad y prudencia, siguiendo el sentido de lo oportuno. Visto en perspectiva pueden observarse varias etapas.

Los primeros años posteriores a 1959 son los tiempos de supervivencia de la Revolución; es cuando se inicia trabajosamente la configuración de lo que sería una década y media después, el mapa de vínculos políticos con el exterior, muchos de los cuales aún perviven.

La supervivencia pasaba desde entonces por enfrentar el férreo bloqueo, que impusieron los norteamericanos desde prácticamente el propio 1959, sufriendo codificaciones posteriores desde febrero de 1962, pasando por la Ley Torricelli, la Helms Burton y las incontables órdenes ejecutivas de las sucesivas administraciones imperiales.

El bloqueo, es pertinente reiterarlo, resulta la madeja de sanciones más extensa, prolongada y cruel que algún país haya soportado en la historia contemporánea. Es al unísono una guerra financiera, comercial, de golpes quirúrgicamente implementados por parte de los EEUU, contra el pueblo cubano. El bloqueo es un crimen de lesa humanidad, tipifica claramente como un acto de genocidio.

La torpeza con que los gobiernos estadounidenses respondieron al ejercicio de independencia realizado por Cuba, también explica en buena medida la forma de gestionar la política exterior por parte de la Revolución.

La hostilidad imperial se enfrentó no solo con hidalguía, sino con mucha inteligencia, que no pocas veces descolocó a los adversarios; mucho de ello hubo en el estrechamiento de los vínculos con el llamado campo socialista, así como el apoyo al movimiento revolucionario en América Latina y otras partes del denominado tercer mundo.

En esos años se escribieron verdaderas epopeyas. La caída mil veces heroica del Che en Bolivia, donde el guerrillero más universal y latinoamericano de todos, iniciaría una auténtica lucha bolivariana, concebida para liberar a su tierra donde, por azar, nació.

Que decir de los contingentes internacionalistas en Angola, en Namibia, donde encontró su sepultura el apartheid sudafricano, en parte gracias a la sangre derramada por habitantes de una isla remota, que al retirarse, no se apropió de mina o yacimiento alguno, ni dejó instalado un gobierno títere, de algún tipo de colonialismo. De África solo trajimos a nuestros muertos, diría emocionado Fidel.

Sería imperdonable obviar una mención a la solidaridad, desplegada prácticamente en todos los confines del mundo. La política exterior cubana está indisolublemente asociada a la fraternidad con las causas justas, con los pueblos de todo el mundo, como se ha dicho, compartiendo lo que tenemos, convirtiendo ese gesto en ejemplo que singulariza a Cuba.

Esa  solidaridad se vistió de batas blancas, especie de  ángeles sin alas, que llevaron la bandera de la estrella solitaria a más de 100 países; solo de pensarlo resulta colosal esa imagen, así dicho en poquísimas palabras. Hasta el  mandatario de turno del imperio, Barack Obama, se lamentó públicamente que Cuba enviaba médicos a todas partes y ellos en cambio, distribuían marines en zafarrancho, muchas veces recargados de odio racial.

No puede obviarse en este balance la vocación integracionista de la Revolución, legado ineludible de los próceres, herencia escrita en mármol por José Martí. El presente y el  futuro de Nuestra América no serían iguales sin una CELAC o sin algunas de las estructuras integracionistas en nuestro Caribe, donde está presente el aporte modesto y desinteresado de Cuba.

En otros ámbitos multilaterales se ha brillado, con propuestas útiles, defendiendo posturas principistas y necesarias; desde los inicios de la Revolución el país se integró al Movimiento No Alineado, tiempo después al Grupo de los 77+China y a otros espacios tercermundistas eventuales o de las Naciones Unidas.

Cuando Cuba logra apoyo prácticamente unánime en la votación de condena al bloqueo en la Asamblea General de NNUU, estamos viendo apenas el punto culminante de una labor internacional cuidadosamente desarrollada, de consagración del personal diplomático, y lo realmente extraordinario es que ese apoyo no merma prácticamente, seguramente como reflejo de la justeza de la denuncia a esa política criminal.

Otra batalla impostergable se ha librado en el espacio mediático; no solo en la divulgación de la verdad de Cuba, en la promoción de las virtudes de nuestro turismo o el potencial de comercio exterior, sino también en el enfrentamiento a la calumnia, al intento de desacreditar una obra de la dimensión de la Revolución; Cuba ha sabido ubicarse en un mundo que, como en la cueva del filósofo Platón, la gente confunde las imágenes con la realidad.

También la Revolución debió encarar un flujo migratorio politizado, empleado por la potencia agresora para denigrar al país, generando todo tipo de incentivos y privilegios a los cubanos, que “escapaban del comunismo”. Aquellos “exiliados” siempre volvieron a la tierra que los vio nacer, muchos, la aplastante mayoría, mantienen lazos con su país. Hoy los cubanos emigrados tienen la opción, de aportar al desarrollo de su tierra de origen.

A los heroicos mártires del servicio exterior cubano van las últimas palabras de este homenaje, de este recuento apretado. Estaban donde simplemente eran necesarios, sobre ellos cayó la soberbia y la cobardía de los mercenarios; forman parte del paradigma intangible de la Revolución cubana.

Palabras clave
política exterior cubana
solidaridad
Fidel Castro

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