La frase de la resistencia cubana: ¡patria o muerte!

El vapor francés La Coubre había transportado armas a Cuba por primera ocasión en la segunda mitad de 1959. Aquella vez nada fuera de lo común aconteció durante el descargue. Sin embargo, cuando regresó en 1960 sucedería lo que ha sido catalogado como uno de los atentados más grandes del siglo XX.

El 4 de marzo de 1960 estalló en las aguas del puerto de La Habana esa embarcación, propiedad de la Compagnie Générale Transatlantique. No se habían terminado de llevar a tierra las aproximadamente 70 toneladas de material bélico que llevaba en sus bodegas cuando una primera explosión causó muertos y heridos y suscitó la concurrencia de capitalinos dispuestos a socorrer a las primeras víctimas.

Fidel Castro, quien se encontraba en su despacho en el edificio del Instituto Nacional de Reforma Agraria, partió enseguida hacia donde él sospechaba que había sido la explosión. Además del primer ministro del Gobierno Revolucionario, otros dirigentes arribaron a las inmediaciones del siniestro en pocos minutos, entre ellos el Che Guevara, quien, según ha trascendido, brindó personalmente asistencia médica a algunos heridos.

Una segunda detonación, más letal, lanzó por los aires metralla y pedazos de metales que habrían aterrizado en un radio de 500 metros, de acuerdo con los relatos históricos. El polvo y el humo oscurecieron el aire. Debieron transcurrir cinco horas después de la segunda combustión para que se aplacara el fuego. Como resultado de ambas explosiones, el barco francés quedó destruido y hubo “101 muertos, entre ellos siete marineros franceses, y centenares de heridos”, según escribió el historiador cubano José Cantón Navarro (1925-2008) en el texto Historia de Cuba 1959-1999. Liberación nacional y socialismo.

Al día siguiente se produjo el sepelio a las víctimas en la necrópolis de Colón. El Comandante en Jefe dedicó gran parte de su intervención a explicar al pueblo congregado qué pudo haber ocasionado la explosión de La Coubre. Todo apuntaba a un acto premeditado, muy probablemente puesto en marcha por los servicios especiales de Estados Unidos.

No era mera especulación. Ese 5 de marzo el líder de la Revolución dio a conocer cómo el gobierno norteamericano, a través de sus representaciones diplomáticas en Europa, había tratado de impedir que compañías británicas y belgas vendieran implementos bélicos a la Mayor de las Antillas. Es decir, el deseo imperialista de que Cuba no accediera a material bélico para fortalecer su capacidad militar estaba constatado.

De igual manera, la hipótesis de un accidente quedaba prácticamente descartada, pues la dirección del país ordenó a pilotos del Ejército Rebelde lanzar dos cajas de granadas (antitanques y antipersonales) de las transportadas por la embarcación a 400 y 600 pies. Las cajas de madera, explicó Fidel, penetraron varios pies en tierra por el impacto, y “se destruyeron sin que una sola de las 50 granadas que llevan dentro estallara”.

Varios son los investigadores, tanto cubanos como extranjeros, que coinciden en que se trató de un sabotaje terrorista desarrollado por el gobierno estadounidense, a fin de entorpecer el acceso de la Isla a las necesarias armas para su defensa. Por eso, durante el sepelio el Comandante en Jefe proclamó la frase que marcaría la resistencia de la Revolución Cubana por décadas: ¡patria o muerte!